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lunes, 22 de junio de 2015

                                                 LA SOMBRA DE PETER PAN

 Peter Pan vivía tratando de no ser atrapado por su sombra, huyendo de ella, esquivándola como si ésta no formara parte de sí mismo. Así actuamos ante lo que tememos de nosotros mismos. Hacemos ver que no existe y lo condenamos a nuestro infierno interior donde crece oculto, bajo el velo, desde el dolor de sentirse repudiado y maldito.
Nuestra sombra es un espejo en el que podemos descubrir aquello de nosotros que permanece oculto, eso que no aceptamos haber creado. Es un libro abierto que nos permite comprender que todo lo que ocurre en nuestro escenario vital es una simple proyección de nuestro universo interno. Que cada cosa que odiamos en el mundo, cada conflicto que tenemos, cada juicio que emitimos y cada sentimiento de culpa que cargamos sobre nuestras espaldas, son la consecuencia de nuestra forma de ver la vida.
Peter Pan huye de su sombra porque no desea crecer. Quiere ser siempre un niño. Juzga el mundo adulto de aburrido, pero en realidad sólo puede vivir dentro de su propia burbuja en la Isla de Nunca Jamás. Es incapaz de encarnar su ilusión en el universo común. No tiene poder allí. Todo Peter Pan teme la adultez debido a la responsabilidad esencial que comporta ser uno mismo. El miedo a elegir de forma responsable nos hace niños y si somos niños, nuestra magia sólo servirá hasta donde el que decide y elige nos lo permita. Ésa es una de las trampas y la consecuencia del verdadero síndrome de Peter Pan que sufre hoy en día una gran parte de nuestra sociedad consumista.
Eso que nos decían en misa sobre que debíamos ser como niños, está muy bien cuando se trata de tener presente la actitud de juego en la vida, pero tiene trampa cuando en el fondo nos mantiene atrapados a un estado de dependencia y falta de responsabilidad ante nuestro propio proceso de crecimiento. De este modo, el poder siempre estará fuera, separado de nosotros, proyectado en un dios externo que nos premia y nos castiga, en un universo que nos bendice o nos maldice, en un azar que nos impulsa o nos detiene. Jamás dependerá de nuestras propias decisiones.
Cuando uno elige dejar de esconderse de su sombra y mirarla de frente, descubre que aquello que más teme es justamente lo que podrá liberarlo de sí mismo. En este sentido,la sombra es únicamente la consecuencia de nuestra falta de amor y aceptación. Es la negación de una parte de nosotros que ha sido juzgada y condenada. A lo que juzgamos indigno lo separamos de nosotros, lo proyectamos hacia fuera y lo combatimos llamándolo “el mal”. Lo hacemos porque lo tememos y eso es precisamente lo que lo refuerza, pues todo aquello en lo que ponemos nuestra atención crece dentro y fuera de nosotros.
Integrar es dejar de separar lo que siempre estuvo unido, a pesar de la ilusión. Nos han vendido que lo espiritual y lo material son algo separado, cuando en realidad son polos de una misma cosa, al igual que el día y la noche, lo masculino y lo femenino o la luz y la sombra. Abrazar tu sombra te convierte en dueño de tu propio proceso, te permite reconocerte y elegir ser aquello que tú decidas. Eso es ser adulto consciente y el temor a reconocer tu divinidad es lo que te encierra en un mundo infantil donde las decisiones de tu vida las toman otros mientras tú alimentas el mundo de nunca jamás.
Reconocerte como un ser divino no es un acto prepotente cuando comprendes que todo lo que ves es parte de ti, que nada está realmente disociado. Es hacerte adulto responsable de tu universo interno. Es dejar de luchar. Es encontrar la paz, el equilibrio y la coherencia. Es tomar a tu sombra y fusionarte con ella hasta comprenderla. Es amar la vida sin juicio, sin culpa. Es dejar de soñar fantasías imposibles para atreverte a materializar en esta misma Tierra todo aquello que tu corazón te pide. Eso sí es volar querido Peter Pan, pero no hacia el País de Nunca Jamás, sino hacia el cielo que siempre deseaste encarnar.


miércoles, 3 de junio de 2015



PORQUÉ ESTÁ CADUCADO EL SISTEMA EDUCATIVO ACTUAL




¿Recuerdan cuando iban a la escuela y en determinadas asignaturas les hacían aprender decenas de cosas de memoria? Que si fórmulas de física y química, que si la capital de Colombia es Bogotá, que si la Revolución francesa estalló en 1789… Datos y más datos que el tiempo acaba borrando. Y aún más si el profesor que tuvieron fue bien aburrido. En cambio, seguro que recuerdan a algún maestro que consiguió despertar su atención e interés.
Y es que la emoción es el ingrediente secreto del aprendizaje, dice la Neurociencia, fundamental para quien enseña y para quien aprende. “El binomio emoción-cognición es indisoluble, intrínseco al diseño anatómico y funcional del cerebro”, explica Francisco Mora, experto en neurofisiología. Al parecer, la información que nos llega a través de los sentidos pasa por el sistema límbico o cerebro emocional antes de que sea procesada por la corteza cerebral, encargada de los procesos cognitivos. Dentro del sistema límbico, la amígdala juega un papel esencial. Es una de las partes más primitivas del cerebro y se activa ante cosas que considera importantes para la supervivencia, lo que ayuda a consolidar de forma más eficiente un recuerdo.
Una de la cosas más interesantes y nuevas al contrario de lo que mucho tiempo se creyó, el cerebro no es estático y va aprendiendo cosas sin más una detrás de otra, sino que “existen ventanas plásticas, períodos críticos en los que un aprendizaje se ve más favorecido que otro, por ejemplo, para aprender a hablar la ventana se abre al nacer y se cierra a los siete años, aproximadamente. Eso no quiere decir que pasada esa edad el niño no pueda adquirir el lenguaje, porque gracias a la enorme plasticidad del cerebro, lo conseguiría aunque le costaría mucho más.
El descubrir que existen períodos de aprendizaje concretos hace que las escuelas deban también replantearse el modelo educativo, “hasta los 10 o 12 años, el cerebro tiene una ventana específica para aprender aptitudes, para manejar información, para razonar. Tal vez esa etapa sea el momento de potenciar la comprensión de un texto; que sean capaces de entender y extraer información; que aprendan a razonar de forma matemática, en lugar de memorizar mucho contenido. En definitiva, trabajar aquellas habilidades que después conformarán un cerebro con ganas de aprender cosas nuevas”.
El sistema educativo actual en algunos casos choca contra esas ventanas cerebrales. Por ejemplo, cuando los niños son muy pequeños, tenerlos sentados en una clase, quietos, “sabemos que impacta negativamente en su cerebro”, porque para poder madurar, crear nuevas redes de neuronas, el cerebro necesita experiencias nuevas. “Imagínate niños chiquitos expuestos cada día a las mismas cosas… Acaban haciendo menos redes neuronales y su cerebro está menos desarrollado”.
Se aconseja que en los primeros años de vida se esté en contacto con la naturaleza, una fuente inagotable de estímulos, porque es a esas edades cuando se construyen los perceptos, las formas, los colores, el movimiento, la profundidad, con los que luego se tejerán los conceptos. “Para construir buenas ideas hay que tener buenos perceptos. Son los átomos del conocimiento, del pensamiento”, 
¡Ay, la adolescencia…!
Una de las cosas de la escuela actual que está totalmente en contra de los códigos del cerebro es la forma en que se intenta enseñar a los adolescentes. A esta edad empiezan a tener materias como biología, química, física, que deben aprender de forma totalmente racional. El problema es que a esa edad el cerebro es plenamente emocional. “Desde un punto de vista evolutivo tiene sentido porque en esta época de la vida los chicos buscan sus propios límites e intentan superarlos. Forma parte de una estrategia de supervivencia de la propia especie”.
Así pues, tenemos cerebros desregulados de manera natural emocionalmente a los que intentamos enseñar cosas de manera racional. “Por eso muchos chavales en esta etapa dicen que no quieren hacer ciencias y se pierden muchas vocaciones científicas y sobre todo en el caso de las chicas".
Pero, ¿cómo solucionarlo? Pues… introduciendo emoción. En lugar de hablarles sólo de fórmulas y teoremas, tratar de acercar la ciencia a sus vidas, enganchar a su cerebro social. ¿Y si el profesor de matemáticas no explicara directamente el teorema de Pitágoras, sino que contara su vida, sus aventuras y desventuras, para comprender qué llevó a este filósofo y matemático griego a enunciar este principio?
También habría que tener en cuenta los horarios. Al entrar en la adolescencia, el cerebro de forma automática retrasa la hora de ir a dormir y también de despertarse por la mañana. En cambio, en esa etapa muchos centros educativos avanzan la hora de entrada de los chicos. “Se deberían adaptar los ritmos escolares a los biológicos” y tampoco es necesario que estén tantas horas en clase. De hacerse más vivenciales, afirman los expertos en neuroeducación, en menos tiempo se impartiría más conocimiento.
Instituto Aluna